Vivimos tiempos difíciles. La coyuntura internacional indica que el 1 % de las personas más ricas son dueñas del 82 % de la riqueza global (BBC, 18 enero 2018). En nuestro país la situación es alarmante, la deuda pública ha llegado la cifra histórica de 300.000 millones de dólares y el informe de UNICEF “La pobreza monetaria en la niñez y la adolescencia en Argentina” (2017), indica que hay alrededor de 5,6 millones de niñas y niños pobres, de los que 1,3 millones están en situación de extrema pobreza. En el Congreso de la Nación se discute la Ley de Donación de Alimentos (25.989) y si se debe eximir de responsabilidad a los donantes por los daños y perjuicios que los alimentos donados (y circunstancialmente en mal estado) pudieran producir. El escenario en la región también es preocupante: en Brasil el intendente de la ciudad de San Pablo, Joao Doria, lanzó un proyecto para alimentar a los niños de familias carenciadas con unas pequeñas bolitas deshidratadas de alimento balanceado que contienen “todos los nutrientes” y hasta tienen distintos sabores.
Nuestro gobierno local está preocupado por el déficit público, el blanqueo de capitales y el sinceramiento fiscal y tarifario. Pero las cifras en términos de exclusión social y pobreza estructural no se modificaron luego de dos años de gestión, y la inflación, un “problema menor” en las promesas electorales, es una máquina cotidiana de exclusión.
Los CEO (Chief Executive Officer) estudian medidas técnicas y sobre todo se perfeccionan en cómo comunicarlas sin causar pánico. Han mostrado ser expertos.
Frente al contexto de extrema desigualdad social, deseo compartir con ustedes un viejo texto del sacerdote y escritor irlandés Jonathan Swift, más conocido por la novela para adultos “Los viajes de Gulliver”, que por esos giros curiosos de la literatura suele ser leído solo por niños y en versiones resumidas.
En 1729, Swift escribió una de las más grandes sátiras políticas producidas hasta el día de hoy con el título “Una modesta proposición”, que le valió críticas hasta que algunos teóricos valoraron el aspecto de denuncia social que tenía su escrito. Se trataba de una sátira, es decir, la descripción burlesca y provocadora de una conducta naturalizada. La miseria.
Swift retrató magistralmente a los campesinos de las afueras de Dublín endeudados para siempre con sus terratenientes.
A casi trescientos años, vale la pena recordar algunos pasajes del mismo:
“Es motivo de tristeza para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el país, ver las calles, los caminos y las puertas de las casuchas abarrotadas por pordioseros, seguidas de tres, cuatro o seis niños, todos harapientos y andrajosos, importunando a cada viajero”; “Estas madres se ven obligadas a vagabundear todo el día, mendigando para mantener a sus desarraigados hijos”.
Frente a este panorama Swift realiza su “modesta proposición”: resolver el problema de los campesinos que no pueden alimentar a sus hijos y están crónicamente endeudados, proponiendo que los padres vendan a sus hijos como un alimento de élite, un manjar exquisito. Incluso da instrucciones muy precisas. Los niños deben ser alimentados un año (no más) a pecho por la madre antes de ser comercializados. Swift está convencido de que ambas partes quedan satisfechas: los ricos disponen de un manjar a precio justo y las familias pobres por fin tienen un bien que pueden vender y así progresar. De esta manera, esos pequeños niños pueden ser quienes sostengan económicamente a sus padres y producir riqueza para el país.
Dice Swift:
“He calculado que el costo de cría de hijo de un mendigo alcanzaría la suma de dos chelines anuales, harapos incluidos. Y creo que ningún caballero se opondría ni se quejaría por pagar diez chelines por un crío bien cebado, del cual, podrá sacar cuatro excelentes y suculentos platos de exquisita y nutritiva carne. La madre obtendrá ocho chelines de ganancia pura y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca un nuevo niño”.
La intención de Swift es aún más clara en las siguientes líneas:
“Propongo que nos preocupemos de la suerte de esos pequeños de tal modo que, en lugar de ser una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, cooperen, por el contrario, a la alimentación, y a la vestimenta de muchos miles”.
El hecho que un bebé sea salvado o vendido solo depende de cálculos económicos, de la pura cantidad y de las reglas de mercado, sentencia Swift.
Un texto desopilante escrito en 1727, considerado una joya del humor negro, entra en sintonía en forma preocupante con nuestra situación nacional.
Ser pobre y excluido se convierte en un status social tan cristalizado y desesperanzador, que trescientos años después el “tipo social” es idéntico. Se es pobre. Es un estado permanente.
Swift tuvo que aclarar durante toda su vida que se trataba de un escrito de denuncia y no de una propuesta pragmática. Tal necesidad de aclaración solo hace más grande su texto y más fiel su retrato de la desigualdad. La similitud con la actualidad naturalmente no tiene que ver con actos caníbales, sino con la visión utilitaria y estadística a la que estamos siendo sometidos día a día. Vale lo que pesa. Esa es la medida.
Si ya estamos alimentando a los pobres con comida para mascotas, o discutiendo normativas para que accedan a los restos que dejamos (Ley de donación de alimentos) quizá no estemos tan lejos de la sátira.