Federico Pavlovsky. Rebeca Faur.
El 12 de febrero se celebra el Día Internacional contra el Uso de Niños Soldado o el Día de la Mano Roja, conmemorando la entrada en vigencia del Protocolo Facultativo de la Convención de Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados, que obliga a los Estados a prevenir el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes y a brindar apoyo a aquellos que se ven afectados por esta práctica.
Los niños soldado son personas menores de dieciocho años que forman parte de cualquier fuerza armada regular o irregular, y representan actualmente una realidad en las zonas de conflicto de África, Asia y Latinoamérica, donde mueren, son heridos en combates armados, sufren reclutamiento forzado, violencia sexual, mutilaciones y son usados como escudos humanos. En algunas guerras civiles como las de la República Democrática del Congo, Liberia y Sierra Leona, el porcentaje de niños soldado llego a ser del 70 % del total de las milicias.
A fines del 2017, UNICEF dió a conocer algunas cifras sobre la alarmante situación que viven niños y niñas en situaciones de conflicto armado en el mundo:
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En Afganistán los menores representan un 30% de los muertos y heridos de los ataques terroristas y casi 700 niños fueron asesinados en los primeros 9 meses del año.
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En Iraq y Siria, los niños han sido utilizados como escudos humanos, atrapados en asedios, atacados por francotiradores, víctimas de bombardeos y actos de violencia.
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En Yemen, como consecuencia de los enfrentamientos, al menos 5.000 niños murieron o sufrieron heridas, y se calcula que más de 11 millones necesitan asistencia humanitaria.
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En Myanmar, los niños de la minoría musulmana rohingya sufrieron y presenciaron casos de una violencia terrible y generalizada cuando fueron atacados y expulsados de sus hogares.
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En la República Centroafricana la escalada de violencia llevó a que los grupos armados asesinaran, violaran, secuestraran y reclutaran a niños en las regiones más afectadas.
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La República Democrática del Congo, en donde la violencia ha expulsado a 850.000 niños de sus hogares, más de 200 centros de salud y 400 escuelas fueron atacados, y según los datos de los que se dispone, las milicias y grupos armados reclutaron a más de tres mil niños el año pasado.
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El grupo Boko Haram, en el noreste de Nigeria y Camerún, ha obligado a por lo menos 135 niños a actuar como terroristas suicidas, cifra que multiplica los datos registrados en 2016.
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En Somalia se notificaron 1.740 casos de reclutamiento de niños en los primeros 10 meses de 2017.
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En Sudán del Sur, la misión de la ONU (Minuss) anunció hace pocos días la liberación de más de 300 niños soldados en el sur de este país devastado por la guerra desde diciembre de 2013, dos años después de su secesión de Sudán. Más de 19.000 niños han sido reclutados por las fuerzas armadas y los grupos armados, y más de 2.300 niños han muerto o sufrido heridas desde que el conflicto estallara.
La utilización de niños en conflictos armados es milenaria, y en los últimos años la utilización de drogas, en particular cocaína y anfetaminas, es una táctica aceptada por muchas milicias para lograr combatientes formidables, resueltos y eficaces. Niños reclutados forzosamente que matan sin vacilar, si comprender el significado de la muerte y que se comportan como maquinas. Niños que no tendrán adultez ni desarrollo personal posible, incluso en el caso que sobrevivan. El escenario de acción habitualmente se trata de disputas civiles en zonas de “Estado débil”, zonas sin ley, donde la línea de batalla contra los enemigos es difusa y las víctimas civiles dan cuenta de la mayoría de las bajas. Los “niños soldado” son un buen negocio: comen y beben menos, son más baratos de mantener, no necesitan alojamiento ni vestimenta especiales, cumplen órdenes con mayor docilidad, son más susceptibles de adoctrinamiento (a través de brutales ritos iniciáticos), no dependen de sofisticados sistemas lógicos para sus operaciones, se los puede enviar rápidamente a la primera línea de fuego sin más que un adiestramiento rudimentario y pueden desconcertar a las tropas o fuerzas adultas regulares de la contraparte. Según Kamienski en su texto “Las drogas en la guerra” (2017), los niños soldado no sólo no tienen nada que perder, sino que no han desarrollado una correcta comprensión del valor de la vida. Son candidatos ideales para ser convertidos en guerreros leales, que rompen con su vida pasada (muchas veces inexistente) y se incorporan a una estructura de patronazgo que viene a reemplazar todos los vínculos del pasado.
En Latinoamérica los grupos de “niños soldado” urbanos adquieren otra morfología pero con principios muy similares y se han convertido en el brazo armado de los carteles de la droga. Las cifras indican que seis mil niños son parte de la estructura del tráfico en las favelas de Rio de Janeiro y que existen cerca de treinta mil en México. El perfil de los niños reclutados es siempre el mismo: pobreza extrema, ausencia sistemática de una salida posible y la promesa de una buena paga. En Colombia, según el informe “La guerra sin edad” del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) divulgado este mes, un total de 16.879 menores de 18 años fueron víctimas de reclutamiento entre 1960 y 2016 por parte de todos los actores que intervinieron en el conflicto armado (guerrila, fuerzas paralimitares y bandas narco). La gran mayoría de estos menores, el 76 % de los chicos y el 63 % de las chicas, fueron reclutados entre los 12 y los 16 años.
En el gueto de pobreza de muchos sectores de la provincia de Buenos Aires, la relación más cercana y empática de muchos niños y adolescentes es el dealer, el transa. Donde el Estado está ausente en forma estructural, existen estructuras sociales que rellenan grotescamente ese agujero. Desde la compra de zapatillas, los gastos de velorio de un ser querido hasta los honorarios médicos de una intervención quirúrgica, es muchas veces el transa del barrio el que oficial como facilitador de recursos. En la miseria y exclusión extrema, el transa del barrio cumple el rol del Estado y se convierte en un ideal social. -Quiero ser transa- dicen los chicos. Ni policía ni médico ni abogado. Transa. Autos, plata en la mano, diversión, buena pilcha, respeto.
En plena ola de violencia narco policial en Rosario y en un contexto político nacional atravesado por la ratificación del paradigma de la guerra contra las drogas, el intervencionismo geopolítico de la DEA, y de proyectos del Poder Ejecutivo para disminuir la edad de punibilidad, el reclutamiento de niños para el negocio narco está vigente y activo. Representan un eslabón clave y vital del negocio.
En la profunda investigación de los periodistas De los Santos y Lascano para su libro “Los monos” (2017) se describe como la parte más sustancial del negocio consiste en el rol de los chicos. Las bandas narcos reclutan niños desde los ocho años a través de conocidos en el barrio, los invitan a cortar la droga o despacharla y de esta manera, los jóvenes sustentan lo que consumen y obtienen además un rédito económico muy superior a cualquier chico de su edad. Los niños tienen como ideal de identificación a los triunfadores que surgen de las mismas calles, para viajar, comprar cosas o pasear en autos de lujo. La maquinaria narco ofrece una ilusión de salida y los pequeños custodian en guardias infrahumanas los precarios bunkers de cemento (celdas de encierro y tortura para ellos mismos), realizan los trabajos pesados, son perseguidos (por la policía y otras bandas rivales), son fusilados y, si corren con mejor suerte, pueden ser detenidos por las fuerzas federales en espectaculares procedimientos con helicópteros y cámaras GoPro. En Rosario, según el informe periodístico citado, el 40% de los sepulcros de su mayor cementerio en los últimos cinco años está ocupado por jóvenes víctimas de la denominada guerra por las drogas entre bandas. Ya sea formando parte de una milicia regular en un contexto de guerra civil o integrando bandas urbanas de narco criminalidad, los niños soldados representan un problema actual grave y en alza.Las Naciones Unidas sostiene que los niños asociados con grupos armados no deberían ser detenidos ni procesados, sino que deberían ser tratados principalmente como víctimas en virtud de su edad y la naturaleza forzosa de su asociación.
Los niños soldados son un dolor anestesiado. Un reflejo de la desigualdad extrema. Chicos de la guerra que encuentran su destino vital en la misma muerte. Y todo antes de comenzar a vivir.