En mayo de 2017, Louise decidió que su vida era demasiado difícil, así que le pondría fin. En los cuatro años anteriores, tres hermanos y un medio hermano habían muerto. Amistades cercanas se habían mudado. Se sentía dolorosa e insoportablemente sola. Era la cuarta vez que Louise, entonces de 68 años, intentaría suicidarse, y estaba decidida a hacerlo bien.
Escribió una carta con instrucciones sobre dónde encontrar documentos importantes y quién heredaría qué. Luego se registró en un motel, puso una sábana de plástico sobre la cama, se acostó y tomó pastillas con champaña. Unos días después, despertó en un pabellón psiquiátrico. La mucama del motel la había encontrado. “Estaba muy enojada porque había fallado”, dijo. Trató de cortarse las venas con un brazalete, sin éxito.
Actualmente, el suicidio es la décima causa de muerte en Estados Unidos, de acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Y, no obstante, no se ha desarrollado ninguna clase nueva de medicamentos para tratar la depresión (y por extensión los suicidios) en unos 30 años, desde la llegada de los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, como Prozac. El campo de la psiquiatría necesita nuevos tratamientos para pacientes que llegan con un estómago lleno de pastillas. Los científicos ahora creen que podrían haber encontrado uno: un viejo anestésico llamado ketamina que, en dosis bajas, puede detener los pensamientos suicidas casi de inmediato.
La depresión es de familia para Louise. El Prozac le había ayudado por un tiempo, pero dejó de funcionar antes de 2010, como a veces sucede. Ningún otro medicamento parecía capaz de levantarle el ánimo. Tras su intento de suicidio, el psiquiatra de Louise le sugirió probar la ketamina.
Ella estuvo de acuerdo y recibió una infusión por vía intravenosa. A las horas, su sensación de bienestar mejoró. El hospital la dio de alta. De regreso en casa, descubrió que ir al mercado ya no era una “tarea titánica”. Llevar el auto a lavar no era una faena insuperable. “La vida era mejor”, dijo. “La vida era posible”.
Emplear la ketamina para tratar la depresión y el suicidio es polémico. Numerosos estudios pequeños sugieren que ofrece grandes promesas, pero apenas está siendo probada en ensayos controlados con placebos. También es popular como droga en las discotecas. Al igual que la morfina, puede operar en el sistema de los opioides, y puede inducir sentimientos de euforia. Ocasionalmente, los que abusan de la ketamina desarrollan síntomas severos, incluyendo daño cerebral.
No obstante, si se demuestra que es segura y eficaz en dosis pequeñas, la ketamina transformará la forma en que los doctores abordan a los pacientes suicidas y la depresión. Aparte de la sedación y la restricción física, los médicos tienen pocas formas de detener con rapidez los pensamientos suicidas. Los actuales antidepresivos pueden tardar semanas y a veces meses para dar resultado, si es que funcionan. Además, paradójicamente, podrían incrementar las tendencias suicidas en algunos pacientes. La terapia también tarda tiempo en ayudar (suponiendo que ayude).
Investigadores de la Universidad de Yale descubrieron el potencial de la ketamina como antidepresivo a finales de los 90, y científicos delInstituto Nacional de Salud Mental de EE.UU. lo confirmaron alrededor de 2005. Prosiguieron numerosos estudios sugiriendo que la sustancia ayuda a pacientes para los que nada más funciona. No resulta útil para todos en este grupo, pero cuando funciona, lo hace a las pocas horas.
Debido a que la ketamina ya está aprobada por la FDA de EE.UU., los doctores pueden recetarla para usos diferentes de aquellos para los que ha sido aprobada. Lo que significa que teóricamente está disponible.
La ketamina funciona de diferente manera que otros antidepresivos. La teoría prevaleciente es que afecta al sistema de glutamatos del cerebro, que los científicos ahora saben que podría estar involucrado en la depresión, en lugar del más conocido sendero de la serotonina usado por medicamentos como el Prozac. Investigaciones con animales sugieren que bloquear en parte a ciertos receptores de glutamato incrementa la plasticidad del cerebro —la habilidad del cerebro para hacer nuevas conexiones cerebrales— y corrige algunas de las anormalidades que resultan del estrés crónico.
Pero la ketamina tiene lo que muchos consideran como un defecto importante. Puede producir efectos secundarios disociativos y alucinaciones mientras es administrada. Los pacientes pueden sentir como que han abandonado su cuerpo o que se están muriendo. Louise describió su primera experiencia con la ketamina como si fuera la pintura de Picasso “Guernica”: desarticulada y desagradable. Pero dijo que los tratamientos subsecuentes fueron “maravillosos”: llenos de imágenes de pájaros, peces y ballenas.
También persisten interrogantes sobre la seguridad de su uso a largo plazo. Los pacientes deprimidos a menudo tienen que regresar por tratamientos de “refuerzo”. La sustancia se considera segura cuando se administra una vez, pero nadie está seguro de la manera en que las dosis repetidas podrían afectar al cerebro. Y también puede ser adictiva.
No obstante, se han abierto docenas de clínicas que ofrecen infusiones de ketamina como un tratamiento “fuera de lo aprobado” para la depresión. A estas clínicas se las critica por el lucro, o se las reconoce porque podrían estar ayudando a pacientes desesperadamente enfermos.
A Samuel Wilkinson, psiquiatra de Yale que estudia la ketamina, le preocupa que algunos operadores de estas clínicas renuncien a tratamientos más establecidos por probar la ketamina. En su opinión, los pacientes deberían considerar firmemente todas las demás posibilidades razonables antes de cambiar a la ketamina.
La cuestión más seria aquí es la de sopesar los riesgos de un tratamiento que no tiene efectos secundarios claros a largo plazo contra una condición cuyo síntoma principal es el deseo de quitarse la vida.
El respaldo más enérgico para la ketamina podría provenir de aquellos en las líneas del frente de la medicina: los médicos en las salas de urgencias. Conocí a Louise a través de un amigo, Lowan Stewart,que trabaja en la sala de urgencias de Nuevo México donde ella fue admitida luego de la sobredosis. Él también atiende a pacientes en la clínica de ketamina donde Louise terminó yendo.
Los médicos de urgencias a menudo están muy familiarizados con la ketamina; por lo regular, Stewart la usa como un anestésico en niños precisamente porque es considerada muy segura. “Podríamos ayudar a muchas personas”, afirmó.
Por Moises Velasquez-Manoff
Fuente: Clarín