David Nutt, especialista en los efectos y riesgos de las sustancias estupefacientes, publica un libro en el que pide reevaluar la situación legal de muchas drogas y las políticas para reducir sus daños.
El consumo de sustancias psicotrópicas ha acompañado a los humanos desde antes de serlo. Los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, ya sorben con gusto el alcohol de las frutas fermentadas que encuentran en la selva y hay quien plantea que la necesidad de grano para producir bebidas alcohólicas fue un incentivo en el desarrollo de la agricultura. Hay pruebas de que los pueblos andinos utilizaban la coca o la ayahuasca de una forma sofisticada hace al menos mil años, los indios utilizan el cáñamo para embriagarse desde hace milenios y el café ha excitado durante al menos cinco siglos a los miembros de una cultura que predica la abstención como la musulmana. Pero no era tan fácil cometer excesos antes de la industrialización.
Hasta el siglo XIX, gran parte de los fármacos eran poco más que placebo, pero la química moderna lo cambió todo. En 1817, Friedrich Sertürner fue el primero en aislar el principio activo de una planta en su forma pura cuando extrajo morfina del opio, la sustancia que se obtiene de la adormidera. Como sucede cuando se empiezan a utilizar sustancias psicoactivas, la sociedad de la época se dejó llevar por el optimismo. A finales de ese siglo, se podía encontrar cocaína, heroína o cannabis en todo tipo de productos de consumo que prometían mejorar el ánimo, como el Vino Mariani, que llevaba coca, o curar la tos, como el jarabe de heroína de Bayer. Además, con el alcohol producido a escala industrial, esta sustancia se convirtió en un problema de salud pública. A principios del siglo XX, comenzó un movimiento prohibicionista que salvo con algunas excepciones como el alcohol o el tabaco acabó por abolir el uso recreativo de drogas.
Después de décadas de guerra contra las drogas, su derrota no parece próxima. David Nutt, director de la Unidad de Neuropsicofarmacología de la División de Ciencias del Cerebro del Imperial College de Londres, se hizo famoso como asesor del Gobierno británico sobre el mal uso de las drogas hasta 2009. Entonces, Nutt planteó que la clasificación legal de las sustancias debería replantearse para estar más ajustada a su peligrosidad real, tanto para los usuarios como para los que les rodean y generó una intensa polémica por estimar que el riesgo de tomar MDMA, una droga sintética también conocida como éxtasis que funciona como estimulante y aumenta la empatía, era similar al de montar a caballo.
En la última versión de su libro Drugs Without the Hot Air, recientemente publicado, Nutt ofrece una visión panorámica y personal sobre las drogas consumidas con más frecuencia en los países occidentales, cuál es el contexto histórico de su utilización y las actitudes públicas hacia ellas y plantea cuáles pueden ser las políticas más adecuadas para reducir el daño que produce cada una. En su clasificación de las drogas por los perjuicios que causan, no llama la atención que en el segundo lugar se encuentre la heroína o en el quinto la cocaína, pero puede sorprender que el primer puesto lo ocupe una droga legal como el alcohol y el sexto sea para el tabaco.
En 2009, Jacqui Smith, ministra de Interior del Gobierno británico y superior de Nutt en aquel tiempo, acusó a Nutt de trivializar los riesgos del éxtasis al compararlos con los de otras actividades que aunque pueden ser peligrosas no conllevan una carga moral. Para Jacqui Smith, escribe Nutt, “tomar drogas es una actividad completamente distinta a cualquier otra y no solo es dañina sino inmoral”. Eso hace que las consecuencias negativas del consumo de drogas no se planteen como un problema de salud pública, como sucede con la diabetes o los problemas cardíacos, que también están relacionados con decisiones personales sobre el estilo de vida.
Nutt no trivializa el uso de las drogas aunque trate de contextualizar sus riesgos. De hecho, advierte que el uso de sustancias suele ser un crédito para obtener algún beneficio que siempre hay que pagar más adelante. Dos productos legales como el café y el tabaco son un ejemplo de cómo lo que se empieza a tomar en busca de mayor energía o disfrute se acabe necesitando para estar normal.
Sin embargo, el científico británico no es optimista sobre la probabilidad de conseguir que la gente no tome drogas, en particular los adictos, que son el pequeño grupo de consumidores más dañados y a los que no disuade ni la amenaza de prisión. Por eso, plantea que sustituir drogas más dañinas por otras que lo son menos puede resultar útil. Un ejemplo de esta posibilidad es lo sucedido con la mefedrona, una droga estimulante que fue legal durante la primera década de los 2000. Según Nutt, muchos consumidores de cocaína se pasaron a esta sustancia, que tenía efectos similares, y eso salvó vidas. En 2009, en Reino Unido, se produjeron 40 muertes menos por cocaína que el año anterior, un descenso que el investigador atribuye al cambio a la mefedrona. “Nada que ningún Gobierno haya probado para reducir las muertes por cocaína ha tenido un efecto tan positivo como dar a los consumidores una alternativa más segura como la mefedrona”, concluye Nutt. Pese a ello, esa droga también se prohibió.
El investigador propone que la sociedad tenga un debate racional sobre las sustancias estupefacientes que, pese a englobarse con la palabra droga, tienen efectos y niveles de riesgo muy diferentes y plantea también que se vuelva a evaluar nuestra relación con las sustancias legales como el alcohol, que en países como España provoca decenas de miles de muertes al año y se puede comprar sin apenas restricciones. Entre otros beneficios, el cambio de una política de la educación más allá del miedo lograría, según Nutt, que padres y reguladores tuviesen más credibilidad a la hora de advertir de los riesgos reales de las drogas.
Publicado en El País
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