Ángela, Nilda, Elizabeth y Ana, se reinsertaron en la comunidad gracias al Programa de Rehabilitación y Externación Asistida del Hospital Esteves; las acompaña un equipo de profesionales, como Karina, que es enfermera.
En una mañana fresca y soleada, Elizabeth, Ángela, Nilda y Ana toman mate en el comedor de la casa que comparten en Remedios de Escalada, Lanús. Sus historias, tan duras como distintas, coinciden en un punto: tras años de internación en el Hospital Esteves (un neuropsiquiátrico en el que conviven más de 600 mujeres) y gracias a su Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA), las cuatro lograron reinsertarse en la comunidad.
“Estuve muchos años en el hospital y no me animaba a aceptar el programa e irme. Tenía una situación de acostumbramiento, había perdido eso de que el ser humano vive en sociedad”, cuenta Elizabeth, que tiene 54 años y pasó casi nueve internada en el Esteves. Desde abril de 2016, forma parte del PREA. “Cuando salí recuerdo que me costaba mucho cruzar la calle, tenía miedo. Me había olvidado de cómo usar un colectivo. Me costó mucho la libertad. Pero siempre digo que no tiene precio”, agrega.
María Rosa Riva Roure, psiquiatra y coordinadora general del PREA, explica que es un programa de desinstitucionalización o desmanicomalización, basado en la recuperación de los derechos de ciudadanía y destinado a externar a personas internadas en el Esteves, que alguna vez sufrieron una crisis de salud mental que motivó la internación, y que por diversos motivos (en general, porque no tienen familia o no tuvieron los recursos económicos o apoyos necesarios) permanecieron allí durante muchos años.
Hoy, el PREA cuenta con 20 casas de convivencia en las que viven solas, contenidas por un equipo de profesionales, 78 mujeres de entre 36 y 87 años. Juntas sostienen su tratamiento y se reinsertan socialmente. Están contenidas de forma constante por el equipo de profesionales (psiquiatras, psicólogos, acompañantes comunitarios, enfermeras, terapistas ocupacionales y trabajadores sociales). “Es un trabajo cuerpo a cuerpo”, asegura Riva Roure.
El programa se inició en 1999, tras una resolución del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires que preveía su implementación en los cuatro hospitales monovalente bonaerenses. Aunque en el resto el PREA tuvo altibajos, en el Esteves se mantiene de forma ininterrumpida desde su creación. Este año, cumplen dos décadas de vida.
“El hospital es una situación de individualidades mezcladas, es un depósito de personas, hay una enajenación del ser. Ojo, a mí me trataron muy bien. Pero es una vida institucional. Hay que hacer cola para la medicación, para bañarse, para todo. Por una razón de practicidad para las enfermeras, teníamos que entrar todas desnudas al baño y a mí me daba vergüenza que vean mi cuerpo y ver el de las 70 pacientes juntas. Eso era espantoso, no era un hogar”, recuerda Elizabeth. “Las enfermeras comunitarias son diferentes: vienen, nos visitan, corrigen alguna situación. Acompañan nuestra vida. Y nosotras somos libres, somos vecinas del barrio, como cualquier otra persona”.
Aunque la ley nacional de salud mental (la 26.657, sancionada en 2010), establece la necesidad de crear dispositivos alternativos y comunitarios que para 2020 deberían sustituir a los neuropsiquiátricos, y subraya que las internaciones son un recurso de carácter restrictivo, que tienen que realizarse durante el menor tiempo posible, según los especialistas aún queda un largo camino por recorrer.
De hecho, hay personas que llevan décadas viviendo en neuropsiquiátricos: pacientes con padecimientos psíquicos severos que, tras sufrir un brote, fueron internados y superado el episodio no lograron volver a la comunidad. La falta de recursos económicos y la de una red de contención son algunos de los motivos; pero, en todos los casos, lo que prevalece es la escasez de dispositivos comunitarios por los que una vez dados de alta puedan continuar con sus tratamientos insertos en la sociedad.
Riva Roure sostiene que el desarrollo de dispositivos intermedios de base comunitaria, como casas de medio camino y de convivencia, hostales, centros y hospitales de día, y el desarrollo de empresas sociales son fundamentales para lograr el pleno cumplimiento e implementación de la ley nacional de salud mental.
“Esos dispositivos favorecen y facilitan la atención ambulatoria de personas con padecimientos mentales graves en contextos que no son de encierro, permitiendo su inclusión social amplia y el desarrollo de capacidades en los diversos aspectos de la vida -afirma Riva Roure-. A pesar de estar explícitamente manifestado en el texto de la ley y su decreto reglamentario, no se ha dado desde el Estado la respuesta suficiente, lo que constituye una deuda con la población afectada”.
Elizabeth dice que cuando volvió a vivir en comunidad, “no sabía lo que era una casa”. “Había que aprender de vuelta todo. Me había olvidado de cocinar, de que hay que decir buen día cuando uno se levanta, de cómo es tener privacidad para dormir. En el hospital había cuarenta camas en un espacio”, cuenta. “Un día, cuando ya estaba en esta casa, me fui a la plaza Mariano Moreno, me senté en el pasto, lloré y agradecí tanto el don de la libertad. Fue mágico volver a tener una casa y poder responder, cuando me preguntaban a dónde vivía: ‘En mi casa’. Antes tenía en el documento el domicilio del hospital”.
Riva Roure apunta que durante las internaciones largas, estas mujeres han ido perdiendo habilidades sociales y hábitos cotidianos: “El manicomio es una institución total, como la cárcel, que provee de ropa, comida, organiza la rutina, etc. Por eso, el PREA tiene dos grandes sectores: intrahospitalario y fuera del hospital”.
El primero cuenta con dos etapas: de admisión (se entrevista a las mujeres en condiciones de ser externadas) y de participación en los talleres donde se trabaja la recuperación de hábitos cotidianos (desde el cuidado de la salud hasta cómo manejar dinero o cocinar), ya que muchas mujeres pasaron años (e incluso décadas) internadas. “La idea es que se vayan conociendo y armando grupos por afinidad, para que vivan luego en las casas de convivencia”, agrega Riva Roure.
Una de las mayores dificultades del PREA es conseguir casas para alquilar: “El alquiler de las viviendas se realiza con fondos del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires. En este momento existe un retraso en el pago, que complica la continuidad de esta modalidad asistencial”, sostiene Riva Roure.
Hoy, Elizabeth disfruta de escribir, de ir a caminar, de tener su ropa siempre ordenada, de hacer, una vez por semana, una comida para compartir con sus compañeras de casa. “Hubo muchas veces que pensé que no me iba a ir más del hospital, porque veía gente envejecer y morirse ahí. Cuando veía ir los cuerpos a la morgue pensaba: ‘cuándo seré yo’. Tenía una sensación de muerte inminente”, admite Elizabeth. “Hoy sueño con volver a vivir con mi hijo, recuperar el vínculo, irme del PREA y dejarle el lugar a otra mujer que lo necesite, porque pienso que es un lugar de transición”, concluye.
Publicado en La Nación
Dispositivo Pavlovsky | dispositivopavlovsky@gmail.com | (11) 30484616 Consultas por Whatsapp
Mantenete al tanto de todas las novedades suscribiéndote a nuestro newsletter:
[sibwp_form id=2]