Por Federico Pavlovsky.
Un homenaje a uno de los científicos más curiosos y talentosos de la historia.
Por estos días el eterno Charly García se encuentra de gira por nuestro país con su espectáculo “La torre de Tesla”, pero este título no se trata de un capricho al azar, sino más bien de un homenaje a uno de los científicos más curiosos y talentosos de la historia. Nikola Tesla nació el 10 de julio de 1856 en el pueblo serbio de Smilijan, en una noche de tormenta eléctrica, de tal intensidad, que la matrona dijo: “es hijo de la luz”. En su infancia padecía lo que él llamaba una “aflicción particular”, le sobrevenían imágenes flotando en su línea de visión y estas visiones se solían acompañar de intensos destellos de luz. Esas visiones eran tan reales y detalladas que él podía estirar el brazo y atravesarlas con la mano.
Antes de los diez años inventó un dispositivo volador propulsado por insectos, resolvió en su mente complejos temas hidráulicos, y comprendió que la electricidad estaba presente de muchas formas en la naturaleza y que podría transmitirse a grandes distancias. Su madre tenía algunas características distintivas que él también experimentaba: memoria fotográfica, la capacidad de hacer cálculos interminables y el don irrefrenable de la invención. En una niñez y juventud plagada de accidentes y enfermedades, en donde estuvo a punto de morir casi una decena de veces, sorteó semejante destino y consiguió acceder a los 19 años al prestigioso Instituto de Tecnología de Graz (Austria), que interrumpió por razones no conocidas en su tercer año de cursada. En el
año 1878 Thomas Edison inauguro una nueva época cuando creó la primera lámpara incandescente. Su invento fue un éxito comercial sin precedentes y con el iluminó, al poco tiempo, ciudades como San Petersburgo o Nueva York. El sistema de Edison, denominado de “corriente continua” tenía una seria dificultad, solo podía transmitir la electricidad a cortas distancias.
Casi simultáneamente, Tesla visualizó un motor capaz de transmitir electricidad a grandes distancias, basado en la concepción de un campo magnético rotativo, sistema que llamó de “corriente alterna”. Aquejado por visiones de carácter alucinatorio, en un ejercicio de autocontrol extremo, logró transformar el padecimiento y la angustia de las mismas, en herramientas para su trabajo. Tesla, a diferencia de otros inventores, era capaz de visualizar las maquinas más complejas en su mente sin necesidad de maquetas, dibujos o experimentos. En 1884 viajó a Nueva York para conocer a Edison y presentarle su invento, pero lo único que obtuvo de él fue un empleo esclavo de 18 horas por día y promesas económicas que no se cumplieron.
Edison nunca tuvo en cuenta las propuestas de Tesla y defendió su sistema de corriente continua, que era la piedra angular de su negocio y de sus patentes. Desde entonces, entre ambos se desarrolló lo que se conoce como “la guerra de las corrientes” en donde ambos científicos intentaron demostrar a la opinión publica cual método era el más seguro y efectivo. Edison, que conocía el impacto de los medios de comunicación, planificó destruir la iniciativa de Tesla, y con ese objetivo filmó electrocuciones de animales con el sistema de corriente alterna y solicitó que el reciente invento de la silla eléctrica (1890), utilizara este sistema.
Tesla por su parte, para ratificar la inocuidad de su dispositivo, en sus conferencias utilizaba la bobina que había inventado, para pasar por su cuerpo (luego de una serie de precauciones) millones de voltios por segundo, ante la mirada perpleja de los asistentes. Ambos inventores utilizaron a los medios de difusión para obtener financiación de parte de los millonarios de la élite neoyorkina (Westinghouse, J.P Morgan, Underwood). La disputa quedó a favor de Tesla y la Exposición Universal de Chicago (1893), el gran evento mundial, fue iluminada con su sistema y dos años después fue contratado para construir la mayor represa eléctrica del mundo en las cataratas del Niágara. El sistema de corriente alterna de Tesla cambió la vida de las personas porque permitió que la electricidad pudiese ser distribuida al ámbito doméstico.
Célibe a lo largo de toda su vida, Tesla era tan distinguido en su aspecto y formas como extraño. Con el tiempo desarrolló fobias y toda una serie de ideas obsesivas y frecuentes colapsos nerviosos. Evitaba los pendientes de las mujeres, el cabello, y sentía horror a los gérmenes. Todos los actos y operaciones de su vida debían ser divididos por tres. En Nueva York, donde vivía en hoteles de lujo como el Waldorf-Astoria, solo se hospedaba en habitaciones múltiplos de tres. En su autobiografía Tesla describe sus vivencias psicopatológicas (alucinaciones y obsesiones) con naturalidad y hasta da la impresión que juega con ellas y les saca provecho como fuente de nuevas ideas.
Los pasos de Tesla como inventor, luego de su revolución con la corriente alterna, se focalizaron en la idea de transmitir energía sin cables en forma inalámbrica a través de la generación de un campo eléctrico (1893), en dirigir objetos a través de un control remoto (1898), en experimentos de transmisión de energía a grandes distancias (1899) y en el diseño de máquinas voladoras (1928). Todos estos experimentos sentaron la base científica de inventos como la radio, los rayos X, el radar, el e-mail, la tecnología del wi-fi, los mensajes de texto, Whatsapp y hasta el diseño de robots y aviones caza de despegue vertical.
En 1900 profetizó “que cualquier persona, en mar o tierra, con un aparato sencillo y barato que cabe en un bolsillo, podría recibir noticias de cualquier parte del mundo y sería capaz de emitir una respuesta”. Pese a sus más de 700 inventos patentados, la historia oficial señaló a Edison como padre de la electricidad, a Marconi como el inventor de la radio (Premio Nobel, 1909) y a Röntgen como el descubridor de los rayos X (Premio Nobel, 1901). La figura del científico serbio-estadounidense, mejor inventor que comerciante, en sus últimos años permaneció en el limbo de las personas excéntricas y olvidadas. Recibió un trato como mínimo injusto por sus colegas del campo de la ciencia y de la historia. Un reconocimiento parcial se dio en 1960 cuando se designó a la “unidad Tesla” como la forma internacional de medir el flujo magnético.
En los últimos tiempos, una vez al año, con motivo de su cumpleaños, era visitado por un grupo de periodistas, en donde prometía nuevos inventos y hallazgos increíbles, como transmisores para comunicarse con marcianos, un arma que aniquilaría en un solo disparo a ejércitos enteros (“El rayo de la muerte”) y máquinas para producir tormentas catastróficas y terremotos. Todas ideas que no alcanzaron el campo de la experimentación real y que aumentaron el escepticismo de sus críticos.
Tesla murió solitariamente a la edad de 86 años en la suite 3327 del hotel New Yorker el 7 de enero de 1943. Su final estuvo signado por la indiferencia de sus pares, quizá debido a su extravagancia e inestabilidad psicológica. En los últimos años la figura del hombre que alguna vez dijo sobre si mismo: “soy la luz”, se ha convertido en un icono cultural por el impacto de su obra en creadores artísticos y motivo de inspiración de películas, bandas de rock, videojuegos e ilusionistas (Ver charla TED de Marco Tempest).
El retorno de Tesla a la vida pública de la manera menos pensada, digna de un ser tan impredecible como él.