El consumo en adolescentes aumenta de forma exponencial en todos los contextos y clases sociales. La naturalización y la falta de contención por parte de los adultos es uno de los factores que más incide en el agravamiento del problema: el 90% de los estudiantes consumió bebidas alcohólicas
Las cifras son contundentes y van en aumento. Mientras que en la última encuesta realizada por el Sedronar, el 70,5% de los chicos de entre 12 y 17 años señalaron haber consumido alcohol al menos una vez, desde la Fundación Padres afirman que hoy esa cifra se ve ampliamente superada: “Hemos comprobado, a través de los datos que recabamos en nuestras charlas en los colegios, que nueve de cada diez chicos ya probó alcohol, y además arrancan cada vez más temprano, entre los once y los doce años. Es decir que en la actualidad el 90% de ellos ya probó o consume habitualmente”, explica María Pía Del Castillo, psicopedagoga y directora ejecutiva de esa fundación, una de las que más trabaja sobre el tema en escuelas del área de CABA y provincia de Buenos Aires.
La especialista hace hincapié en que, ante este panorama, es necesario que la prevención arranque en la escuela primaria: “En nuestras charlas son los mismos adolescentes los que nos dicen que ‘ya es tarde’ y nos mandan a hablar con ‘los más chicos'”. Además, recalca que la situación es transversal a todas las clases sociales: “Las anécdotas son iguales en un barrio de bajos recursos como en otros de zonas acomodadas”.
Pero una de las aristas más alarmantes acerca del tema es la naturalización que se da no solo entre los mismos adolescentes, sino fundamentalmente por parte de los adultos. “Todo el tiempo escuchamos a los padres decir cosas como: ‘y qué voy a hacer, si aunque le diga algo igual va a salir y a tomar’; o lo que es peor, subestiman la gravedad del asunto afirmando aquello de que ‘si toman en mi casa, bajo mi supervisión, es mejor a que tomen afuera’, cuando el tema central es cuán nocivo es, para la salud de un menor de 18 años, beber alcohol”, detalla Del Castillo.
Para la directora ejecutiva de Fundación Padres, la falta de un abordaje familiar adecuado llega a niveles insospechados, como cuando los adultos aseguran estar presentes en las previas, mientras que los chicos afirman que, en realidad, se quedan solos. “Algo increíble también es que el 83% de los padres dice no haber tenido ningún problema con el consumo de alcohol en relación a sus hijos, pero el 72% cree que sí es preocupante entre los amigos de sus hijos e hijas. ¿Cómo puede ser que se reconozca el riesgo entre otros chicos pero no en relación a los propios?”, explica.
Estas incongruencias entre padres, madres y referentes a cargo de instituciones que trabajan con jóvenes, no solo derivan en una imposibilidad para hacerse cargo del problema cuando ya está instalado, sino que, muchas veces, son la causa misma. “Un adolescente puede involucrarse en el consumo, entre otras razones, para encajar en el grupo de pertenencia, pero también para calmar la ansiedad o tapar una situación dolorosa”, advierte la psicóloga especialista en crianza y familia Abigail Rapaport. Y agrega: “Cuando los padres se corren de la angustia o de la impotencia frente a este tema, aparece la conciencia acerca de situaciones de falta de comunicación con los hijos (generalmente por tener demasiadas ocupaciones), falta de empatía (no poder lidiar con los cambios de ánimo o el supuesto rechazo que el adolescente demuestra) y por supuesto, muchas veces advierten que ellos mismos tienen algún problema vinculado al consumo”.
Vidas en peligro
El alcohol puede generar daños irreversibles en el organismo de los jóvenes, sobre todo a nivel hepático y neurológico. Pero hay otros grandes riesgos que se desprenden de ingestas excesivas o borracheras, en la que chicos y chicas pierden el dominio de sus facultades y a veces, incluso, la conciencia.
“Tanto mujeres como varones nos cuentan sobre abusos, violaciones, o de despertarse sin saber dónde están y encontrarse con que no llevan puesta la ropa interior”, describe Del Castillo. Esto deriva, a su vez, en un aumento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS). “Hoy estamos volviendo a ver casos de sífilis. Nos hemos topado con chicos de 15 años que fueron diagnosticados”, destaca. También hay condiciones preexistentes que pueden complicarse por la ingesta de alcohol (epilepsia, diabetes, etcétera), y una borrachera también puede desencadenar situaciones temerarias como peleas, o aumentar las chances de sufrir accidentes. En Fundación Padres apuntan que también está creciendo el consumo de marihuana asociado al de alcohol.
Conciencia y escucha: consejos para padres
Para Abigail Rapaport, el primer paso como adultos a cargo es “evitar poner el problema sobre el adolescente, para registrar qué nos pasa a nosotros cuando enfrentamos la posibilidad de que nuestra hija o hijo esté involucrado en situaciones de consumo”. La psicóloga alienta a salir de la alienación cotidiana “que suele conducirnos al miedo y a mirar a los chicos sin siquiera haber tomado contacto con nuestro mundo interno. Sin ese relevamiento previo no se puede llegar a los hijos de un modo auténtico: el adulto debe estar presente y disponible primero para sí mismo, y luego podrá estarlo para con sus hijos”. Rapaport propone algunas premisas para abordar el tema con los chicos:
- Hacer acuerdos explícitos: comunicarnos de forma calma y simple, sin retarlos ni sermonear: “Podés salir si me mandás tu ubicación y acordamos una hora en la que te voy a buscar”. Si los acuerdos no se cumplen no habrá una próxima salida, porque el adolescente debe entender que cumplirlos es cuidar la relación y los valores compartidos.
- Prever situaciones y cómo se podrían afrontar: escucharlos sin juzgar. Si nos cuentan que les duele el estómago porque tomaron durante una previa, primero los ayudamos a recuperase y luego iremos viendo, juntos, qué fue lo que pasó. Cada evento necesita varias conversaciones acotadas, no se puede agotar un tema de una sola vez; hay que retomar, preguntar, mostrar interés por amigos, anécdotas, etc. Eso aumenta la confianza.
- Salir de las preguntas habituales: nos permite acercamos. La idea no es complacer a los hijos, sino que puedan confiar para abrirse. Podemos utilizar preguntas abiertas, que dan lugar a diferentes tipos de respuestas, por ejemplo: ¿cómo te fue en la salida de anoche?; o preguntas cerradas, que deriven en “sí” o “no “y nos permitan focalizar: ¿te gusto ir a ese boliche? Las preguntas empáticas los habilitan a ampliar sus registros y, a nosotros, a acompañarlos en ese proceso. Por ejemplo: ¿vos qué harías si tu amigo se emborracha?; ¿Cómo creés que reaccionaría tu amigo si llamás a sus papás? Por último, en las preguntas por feedback los chicos perciben que nos importa lo que sienten: por ejemplo, ¿eso que me decís significa que tenés miedo de que se burlen de vos si nos tomás?
Por: Eugenia Tavano
Más información en www.chicossinalcohol.org.ar
Dispositivo Pavlovsky | dispositivopavlovsky@gmail.com | (11) 30484616 Consultas por Whatsapp
Enterate de nuestras últimas novedades suscribiéndote a nuestro newsletter:
[sibwp_form id=2]