La prohibición de la venta de alcohol dio lugar al mercado negro y a la guerra de mafias. Historia de la activista religiosa que impulsó la norma.
Por Adriana Muscillo
Robusta y puritana, munida de un hacha y con una biblia en la otra mano, exigía a los legisladores que se prohibiera la venta de alcohol. “Si no votan la ley entro a los piedrazos”, había llegado a amenazar Carry A. Nation. Se escribieron sobre ella libros, artículos y hasta una ópera. Fue la mujer que, tras haber perdido a su marido a causa del alcoholismo, se dedicó a militar en un movimiento llamado “por la Templanza”, nacido del puritanismo anglosajón, que bregaba en Estados Unidos por la promulgación de una ley que prohibiera la venta de bebidas alcohólicas. Aunque murió en junio de 1911, su prédica radicalizada tuvo efecto: la enmienda XVIII de la Constitución estadounidense que declaraba ilegal “la fabricación, transporte, importación, exportación y venta de alcohol en el país” entró en vigor el 16 de enero de 1920 (este jueves se cumple un siglo) y duró hasta el 6 de diciembre de 1933.
Casi catorce años de Ley Seca que marcaron una época y fueron combustible, también, para toda una producción cultural: libros y películas que estudiaron el tema.
“Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva Nación, el demonio de la bebida hace su testamento. Se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los barrios bajos serán, pronto, cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”. Estas fueron las esperanzadas (o radicalizadas) palabras que pronunció el reverendo Billy Sunday el 16 de enero de 1920 ante una multitud de feligreses que asistían al funeral de “John Barleycorn”, el nombre que le daban coloquialmente al whisky. La Ley Seca entraba en vigor, impulsada por el senador Andrew Volstead y redactada por un hombre llamado Wayne Wheeler, miembro de la Liga Antibares.
Mientras “se cerraban las puertas del infierno”, se abrían de par en par otras, las traseras, las clandestinas y escurridizas puertas del “infierno” paralelo. El mercado negro de bebidas no tardó en aparecer y, con él, el crimen organizado: la usura, el juego, la prostitución, la extorsión, la corrupción política, los asesinatos.
La mafia italiana –con Johnny Torrio y Al Capone a la cabeza– fue protagonista de guerras sangrientas. Entre ellas, la masacre de San Valentín, atribuida a Capone contra su rival irlandés Bugs Moran, el 14 de febrero de 1929, de la que resultaron asesinados a sangre fría cinco miembros de la banda liderada por el irlandés.
Tras el auge del cine mudo, el star system floreciente tuvo, entonces, tema para llenar kilómetros de celuloide, con matones elegantes, de traje y sombrero, que eran malos pero valoraban la amistad y tenían “códigos de lealtad”. Fue el momento de películas como La ley del hampa (1927) y La horda (1928). Luego llegarían todas las que retrataban a Al Capone (en 1959 la primera), Bugsy Malone (estrenada en 1976 y centrada en la ciudad de Chicago de los años 20), Los Intocables de Eliot Ness (1987) dirigida por Brian de Palma y protagonizada por Kevin Costner, y muchísimas más como Érase una vez en América (1984), memorable coproducción ítalo-estadounidense protagonizada por Robert de Niro. Una historia que arranca en 1920 y termina en 1968 y que, en los ‘80, ocupaba dos VHS: su versión original duraba cinco horas y media.
Pero la también llamada “ley de la prohibición” fue el resultado de un largo proceso que había comenzado a gestarse bastante tiempo atrás.
Carrie Amelia Moore –luego, Carrie A. Nation, juego de palabras que en inglés significa “conducir a una nación”– había nacido en 1846, año en que se iniciaba el conflicto bélico entre los Estados Unidos y México, que le permitió al país del Norte conservar el Estado de Texas y anexionar Alta California y Nuevo México. Cuando en 1861 estalló la guerra de secesión, la mujer tenía 15 años. Había crecido en un ambiente de posiciones nacionalistas y extremas.
Al concluir la guerra civil estadounidense y ser abolida la esclavitud, se forma el temido grupo racista Ku Klux Klan. Carrie fue joven en una sociedad marcada por el protestantismo y el puritanismo, corrientes que resurgieron al amparo de una exaltación de los principios nacionalistas más condenables. La sigla WASP era un lema de los racistas: blanco, anglosajón y protestante.
En la Navidad de 1873, motivadas por una arenga de un líder antialcohol llamado Dio Lewis, un gran grupo de mujeres irrumpió en los “saloons” de Ohio, entre cánticos religiosos y plegarias, rogando que se cerraran sus puertas. Este suceso dio origen, en 1874, a la conformación del Movimiento por la Templanza, liderado por la maestra y periodista Frances Willard, una reformista partidaria de los derechos de la mujer y de la jornada laboral de ocho horas, considerada una de las precursoras del feminismo en Estados Unidos. Mientras tanto, Carrie Amelia Moore enviudaba de su primer marido a causa del alcohol. Luego de un tiempo intentando trabajar como maestra, conoce a su segundo esposo: David Nation, sacerdote protestante –además de abogado y editor– del cual toma su apellido. Es entonces cuando se une al Movimiento por la Templanza y hasta patenta su nuevo nombre como una marca registrada: Carry A. Nation.
Desde ese momento, esta mujer de 1,82 metro y 80 kilos irrumpía en los “saloons” de copas de Kansas, junto a sus seguidoras, con una biblia en una mano y un hacha en la otra. Llevaba un pañuelo blanco al cuello, símbolo de “la Templanza”, y amenazaba con su hacha, en medio de rezos y plegarias. Botellas, barras de expendio, mobiliario: nada quedaba en pie. Nation fue presa 30 veces y salía pagando la fianza con lo que recaudaba de las conferencias que daba en contra del alcohol y de la venta de souvenirs en forma de hacha.
Se publicaron varios libros sobre Nation, sin traducción al español. Entre ellos: The use and need of the life of Carry A. Nation (1904), de la propia activista; o Carry A. Nation: Retelling the Life (Religion in North America) (2004), entre otros. También le dedicaron una ópera, producida por la Universidad de Kansas y escrita por Douglas Moore en 1966.
Nation describía sus acciones al límite así: “Soy un bulldog que corre a los pies de Jesús y ladra a todo aquello que no le guste”. En la ciudad de Kansas, aún hoy funciona su Museo Casa Carry A. Nation, en el que se pueden ver fotografías y objetos.
En la década de 1890, se formó la Liga Antibares, que convocó a más prohibicionistas. Para este entonces, en otros países protestantes como Canadá (en 1898) –con excepción del Quebec católico, y en algunas naciones del Norte de Europa como Noruega, Finlandia y Suecia–, ya se habían aprobado restricciones al consumo de alcohol.
Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en medio de movimientos migratorios, los nacionalismos extremos recrudecieron en Estados Unidos. Esa prédica volvió a conjugarse con la religión y la demonización del alcohol. Finalmente, la Ley Seca se aprobó en 1919 y entró en vigor en enero de 1920. Carry A. Nation había muerto en 1911, sin haber conocido el resultado de su furioso activismo. En su epitafio, la Asociación de Mujeres Cristianas Abstemias colocó una placa: “Fiel a la causa de la prohibición, hizo lo que pudo”.
Publicado en Clarín
Dispositivo Pavlovsky | dispositivopavlovsky@gmail.com | (11) 30484616 Consultas por Whatsapp
Mantenete al tanto de todas las novedades suscribiéndote a nuestro newsletter:
[sibwp_form id=2]